Amo
profundamente la literatura, con un amor hiriente y doloroso que me
recuerda mucho a mi antiguo y aún presente amor por el teatro,pero
claro, el teatro incurre en la literatura, entonces entiendo que mi
amor por ella es aún más antiguo. Y digo hiriente porque la
literatura me ha demostrado una y otra vez que una palabra puede
lastimar mucho más que mil golpes, que el daño que puede infringir
una idea, es un daño infringido en el alma, un daño imposible
borrar, el alma no se regenera. Digo doloroso, porque esta pasión,
este sentido al que he decidido no dar la espalda y que he tomado
como el centro de mi vida, lleva muchos años causándome dolor. No
solo dolor de culo, ni de brazos, sino también dolor emocional por
cada una de esas afirmaciones que suelen proferir algunos de mi
sangre a los que no pienso llamar familia, que insinúan que es pura
pereza lo que en mi acontece. Y no es verdad, no duermo hasta tarde,
la señora que me dicta los cuentos, que aveces es duende, que aveces
es ángel, que aveces es sueño, me despierta muchas veces de
madrugada y no me deja dormir hasta que ha acabado de decirme todo lo
que tenía que decir. Me detiene en medio del desayuno, en medio de
un café, hablando con amigos, y termino dando discursos francamente
aburridos y absurdos que probablemente no le interesan a nadie pero
que he de soltar para no tener un ataque de ansiedad. Aún con todo
esto, las compensaciones aunque pocas, son gratas, son lo mejor que
le ha podido pasar a mi existencia, no diré que son mejores que un
orgasmo, pero los orgasmos no duran tanto.
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